lunes, 7 de abril de 2014

Valentino, segunda parte

A la casa romana no hay quien la reconozca. Dos diseñadores, Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli, la rejuvenecen a golpe de bordados y tachuelas. 
Roma, octubre de 2008. Jackie Kennedy, Patti Smith, Charlotte Rampling y Marisa Berenson son convocadas en un despacho blanco de techos altos del Palacio Mignanelli. En aquel lugar, no hay demasiado espacio y la decoración es más funcional que sofisticada. Eso sí, por las dos ventanas se ve una esquina de la Plaza de España y las procesiones de decenas de turistas que suben y bajan por su famosa escalinata. Hay dos mesas de madera enfrentadas (también funcionales) y sillas de inspiración Imperio. ¿Serán auténticas? En las paredes, fotografías antiguas enmarcadas. Y, sentados, están los diseñadores que han convocado a tan ilustre grupo de mujeres: Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli. 
Están preparando su primera colección para Valentino. Llevan apenas días como directores creativos de la mítica casa de costura italiana y ya han llamado a sus musas, esas cuatro elegantes y dispares féminas, para construir su primera colección. Todas están presentes en fotografías sujetas con finos alfiles sobre un tablón que va a servirles de inspiración. Son sus modelos de mujer ideal y estarán en su cabeza durante días, semanas, mientras experimentadas costureras van perfilando a golpe de puntadas una colección de 40 vestidos. Les adelanto: la primera pieza será un abrigo en seda rojo con un plisado en abanico. 
París, enero de 2009. El primer desfile de alta costura de la nueva era Valentino acaba de terminar en la Universidad de la Sorbona, es el debut de Chiuri y Piccioli. En varios de los 40 looks hemos podido ver el espíritu de nuestras cuatro protagonistas. De rojo –siete vestidos en esa tonalidad– o crema, los cuellos subidos hasta el infi - nito, cristales bordados sobre gasa... Todos los elementos que hicieron famosa a la casa que fundó en los años 70 Valentino Garavani con su socio y su pareja de entonces, Giancarlo Giammetti. Sin duda, vuelve “la dolce vita”. 
Un lenguaje propio. Hubo muchos aplausos, pero la prensa acogió la colección con frialdad. “Es demasiado Valentino”, dijo. Cuatro años después, sin embargo, los aplausos siguen. Hoy hay “bravos” y el “establishment” se ha rendido a las propuestas de este dúo de diseñadores. Han encontrado su camino. Su propio lenguaje, Y con él, el éxito. Y no hay rastro de las cuatro mujeres. Las cifras lo certifican. El año pasado un incremento de las ventas del 23%. Aproximadamente, 490 millones de euros. Para Maria Grazia y Pier Paolo, el objetivo es vender ropa. Reconocen que, si quisieran hacer algo artístico, construirían una instalación de arte. Son conscientes de que Valentino era, antes de su llegada, una marca bastante inaccesible. 
Necesitaban proponer ropa de día y ahora en el escaparate de sus tiendas se puede encontrar hasta una camiseta. Eso sí, con una tira de encaje alrededor del cuello, un pequeño buqué de rosas de seda bordado y una etiqueta de casi 600 €. Aunque hay versiones más sencillas: a 400 €. 
Las clientas de Chiuri y Piccioli ya no son chicas con perlas en el cuello, sino las “cover girl” de Hollywood. ¿Cómo han conseguido este cambio? Una de las claves del éxito ha sido crear un universo más amplio, abierto a más públicos. Han convertido los complementos en la locomotora de la facturación y han apostado por potenciar las colecciones de hombre. Desde julio de 2012, además, Valentino tiene un nuevo dueño –fue comprada por el grupo inversor de Catar Mayhoola for Investments–, lo que ha fortalecido los cimientos de la marca. 
Pero volvamos a aquel primer desfile. Aquella colección, de alguna manera, representaba una muestra de amor, de amor por esta firma italiana. “Nosotros llegamos tras dos colecciones de Alessandra Facchinetti, no inmediatamente tras Valentino. Cuando ella entró, cambió la visión de la mujer Valentino, así que nosotros, curiosamente, tuvimos que dar un paso atrás para poder seguir adelante. Necesitábamos restablecer algo”, han confesado. En ese momento les pareció necesario volver al pasado para tener un punto de partida desde el que construir el futuro. Era un camino que conocían a la perfección, porque durante los últimos nueve años habían sido responsables de los complementos de la casa, bajo la atenta mirada del maestro.
Recordando los 70. Respetan escrupulosamente el ADN de la marca. “Una mujer se debe sentir bella cuando se viste de Valentino” es su máxima. No intentan reinventar su estética, sino que evolucione. Su receta es un equilibrio perfecto entre la belleza romántica con cierta chispa –largos imposibles, capas y capas transparentes, encajes, volantes o lazos– y toques roqueros que a algún crítico le han causado sorpresa. Ellos lo justifi can recordando que la casa, en los años 60 y 70, era bastante revolucionaria. 
Un dato: las tachuelas son una constante en sus propuestas. Ellos insisten mucho en sacar el máximo provecho a la artesanía y a la sastrería. Reconocen que lo hecho a mano es, a su juicio, algo muy moderno. No quieren quedarse solo en una imagen exterior. Les preocupa el interior, cómo está hecho un vestido. Un abrigo puede esconder costuras rematadas con tejidos tecnológicos. 
En su colección para el Otoño-Invierno pasado incluyeron un vestido inspirado en la cerámica holandesa que habían realizado con cinco metros de tela. Cada metro requería 28 horas de trabajo de una bordadora. En su “prêt-à-porter”, la frontera con la alta costura en ocasiones se confunde. Su responsabilidad no solo es el diseño de las colecciones, sino también crear la imagen global de la nueva Valentino, para lo que supervisan también la comunicación y la publicidad. Según revelan, “lo difícil es hacer malabares entre los distintos departamentos”. 
Las nuevas tiendas –diseñadas por el arquitecto inglés David Chipperfield–, al igual que las prendas, intentan atrapar la modernidad. Las paredes y los suelos están recubiertos de mármol gris y los espacios se dividen en pequeñas estancias, donde van presentando los zapatos, el “prêt-àporter”, los trajes de noche... 
Para entender cómo la señora Chiuri, de 50 años, y el señor Piccioli, de 45, consiguen trabajar en equipo –tal como lo han hecho durante toda su carrera– hay que remontarse al comienzo de su amistad, a finales de 1980 en Florencia. Chiuri trabajaba para una diseñadora local y Piccioli estudiaba diseño. Se conocieron a través de un amigo en la estación de tren de Roma. Ella sostenía un cartel que decía “Pier Paolo” y llevaba puesto un abrigo de piel de jaguar. Ahí surgió el flechazo (profesional). 
Según ella, en aquella época esa prenda era un básico para moverse en el animado mundo de la moda internacional que confluía en la ciudad. Meses después, a Maria Grazia le ofrecieron un trabajo en Fendi y le preguntó a Piccioli si quería unirse. Tras más de 20 años juntos, se describen como “una vieja pareja”, pero cada uno tiene su vida familiar independiente y su cónyuge. Chiuri tiene dos hijos, y Piccioli, tres. Reconocen que casi nunca discuten sobre las ideas, porque se conocen lo suficientemente bien como para no sugerir algo que al otro no le guste. Él es más atrevido; ella, la que tiene los pies en la tierra 
Popularidad. Ambos recuerdan que, cuando les propusieron hacerse cargo de la casa, tuvieron dudas. La madre de Piccioli le espetó: “Tú no aceptarás, ¿verdad? Porque si lo haces, no podrás ver a tus hijos”. Chiuri, por su parte, estaba asustada, le preocupaba tener que hacer frente a la visibilidad. De hecho, en algún momento, se ha preguntado por qué se metió en esta vorágine. Y él alguna vez ha soñado con dejar todo y abrir un bar en la playa o estudiar Medicina. A diferencia del maestro, son menos sociales. 
Les gusta la moda, pero no el estilo de vida del mundo que la rodea. Algunos se rasgaron las vestiduras cuando en los Oscar de 2011 coincidieron en la alfombra roja Anne Hathaway llevando un vestido “vintage” de la casa y la cantante Florence Welch, que lucía una de las nuevas creaciones. Para Maria Grazia y Pier Paolo ambas piezas eran magníficas, igual de apropiadas para la ocasión. Y el maestro sentencia: “Es maravilloso lo que están haciendo. Así es como el futuro de Valentino puede ser moderno”. 

Un clásico de esencia moderna 
Valentina es su nombre. Nació en otoño de 2011. Y huele a bergamota de Calabria, jazmín y fl or de naranjo de Amalfi . El nardo le da frescor, y el cedro y el ámbar aportan sensualidad. Para esta nueva etapa de la mítica casa romana, necesitaban también un nuevo compañero de viaje en sus perfumes. Y lo encontraron en Barcelona, concretamente en El grupo catalán –que produce las fragancias de Carolina Herrera, Nina Ricci, Prada o Rabanne– tiene un gran “savoir faire” en construir aromas que transmitan el espíritu pasarelas. El que imprimen Maria Grazia Chiuri y Pier Paolo Piccioli en sus desfiles recuerda a una mujer más libre y atrevida, las mismas características que destila su esencia. 
El frasco, con flores en blanco marfil y crema, se inspira en su colección de invierno de 2010, donde marcaron la nueva línea de la casa y deslumbraron con sus chaquetas de cuero con volantes y flores. Un ejercicio que unía artesanía y modernidad. Ahora la familia ha crecido con Valentina Acqua Floreale, un fragancia más fresca, inspirada en los jardines romanos; Valentina Assoluto, intrigante como los secretos que se esconden en el interior de los palacios romanos; y Valentina Oud Assoluto, de reminiscencias orientales y con el ingrediente más deseado del momento, la madera de oud. Habrá que esperar hasta otoño para conocer el deseado primer perfume masculino...

No hay comentarios:

Publicar un comentario